jueves, 15 de abril de 2010

PARTICIPACIÓN DE MADE VIGNAU

"EL CRISTIANO NO HACE EL DIÁLOGO, ES EL DIÁLOGO EL QUE HACE AL CRISTIANO". (Paulo VI)

COMENTARIOS DE MADE VIGNAU
CAPÌTULO 01

Hablar sin darse a entender – El final de un lenguaje oculto

Me encantó el título. No sé cómo empezar porque es la primera vez que hago esto y como no he podido ingresar al blog, no tengo una idea clara de si se trata de un ensayo breve, un análisis hermenéutico o un comentario libre. Así que me lanzaré al ruedo con lo que yo entendí de las instrucciones, lo que ilustra -para mí muy vivencialmente- el punto a tratar: el lenguaje, su función y lo que entendemos, como fundamento del significado que le damos y el sentido que adquiere para nosotros, lo que a su vez determina nuestras representaciones, actitudes y actuaciones; nuestra personalidad individual y colectiva.

Todas las ciencias que estudian al ser humano aceptan que éste es un ser histórico, dinámico y social; es decir - salvo casos muy excepcionales - es un ser en con-vivencia (vive con). Desde mi experiencia me atrevo a decir que Jesús nos invita a vivir en-con-para Dios, lo que necesariamente implica vivir en-con-para los otros. El lenguaje total (gestos, palabras orales y escritas, rituales, imágenes, actitudes, etcétera) nos permite tender puentes para lograrlo.

A veces creemos que únicamente el lenguaje oral puede distorsionarse, ya sea con el tiempo o por errores humanos en su transmisión, y que lo escrito, lo ritual, y lo plasmado en obras de arte permanece “inmutable”. Verdadero hasta cierto punto, pues si bien las palabras, los ritos y las obras pueden conservarse sin alteraciones, no así su significado y el sentido que tienen para quien las recibe. Precisamente esta inmutabilidad trae consigo esa falta de efectividad para encontrar resonancia en gran número de cristianos, lo que lo vuelve inaccesible u obsoleto para muchos; en una palabra: ineficaz.

Jesús nos comunicó su mensaje con dichos y hechos que tenían un significado claro en su tiempo. Dichos y hechos cuyo sentido necesitamos rescatar para continuar su obra aquí en la tierra. La aceptación de esta misión nace de la experiencia de sentirse amad@ por Dios, lo que nos lleva al testimonio y al compromiso. Evangelio y testimonio van de la mano y para conocer y propagar uno y compartir el otro es necesario tener claridad en el mensaje.

Los místicos tienen el don de desarrollar una relación íntima con Dios sin necesidad del lenguaje, pero para la mayoría de nosotros éste es indispensable y aún para quienes viven en la intimidad de Dios, el lenguaje es instrumento para comunicar esa experiencia a otros (que finalmente es a lo que nos llama el cristianismo).

El problema es que con el lenguaje utilizado por la Iglesia en muchos círculos, conservado “religiosamente” en normas y ritos, muchas personas se sienten desvinculadas de las cosas de Dios, ajenas, y no se experimentan amadas por
HOJA 2

él ni se sienten tocadas por nada que tenga que ver con él. ¡Qué ironía! Aquello por lo que se luchó -conservar la enseñanza y la tradición sin distorsiones-, para muchos se volvió un obstáculo para vivir el cristianismo.
No olvidemos el respeto a quienes se sienten seguros y cobijados con las cosas como están. No es cuestión de destruir lo que nos desagrada, sino de construir juntos y recorrer caminos que nos lleven a Dios.

A quienes sí tenemos inquietudes ante el estado de las cosas, el autor nos llama a ir más allá de este lenguaje petrificado (forma) y a ver el rostro misericordioso de Dios en su Palabra y en sus obras (fondo), porque una vez que nos sintamos acogid@s por Él, podremos mostrarle a los demás el Dios de Jesucristo. Ese Dios de amor que todos anhelamos y tenemos derecho a disfrutar, a conocer y a amar.

La tarea no es sólo adaptar el lenguaje, sino purificar nuestra imagen distorsionada de Dios. Deshacernos de ídolos o dioses falsos que nos dieron seguridad en un principio y de aquellos que nos atemorizaron. Es tener un encuentro personal con el Dios de Jesús, nuestro Padre, y con Jesús mismo acompañados por el Espíritu Santo.

Para mí, estar en este curso es un paso en la dirección correcta. Le agradezco a Dios ser parte de esto y a los coordinadores y compañeros el aceptarme.

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