"EL CRISTIANO NO HACE EL DIÁLOGO, ES EL DIÁLOGO EL QUE HACE AL CRISTIANO". (Paulo VI)
APORTACIÓN DE MADE VIGNAU - CAPÍTULO 2
Despedirse del mundo de arriba
De la heteronomía a la autonomía
La imagen de un mundo “arriba”, superior en todo a éste, viene del concepto que tenía Platón de un mundo de las ideas donde todo era perfecto y mejor que en nuestra realidad, y ese mundo sigue siendo el marco de referencia para referirnos al “cielo”, a pesar de los 24 siglos que nos separan. Los griegos han influenciado el pensamiento occidental desde varios siglos antes de Cristo, y su mitología, llena de dioses con características antropológicas, ha moldeado nuestras imágenes de Dios, imágenes que lo limitan y lo reducen drásticamente, convirtiéndolo en un “super héroe”, más que en lo que realmente es: el Misterio (y aunque nos esforzamos por conocerlo, no es sano olvidar que a su Misterio hay que guardarle respeto).
Me parece que el autor simplifica demasiado la diferencia que existe entre el conocimiento de la “jerarquía de la Iglesia” y el de los fieles “regulares”, aunque tiene razón en que el primero es presentado por muchos y aceptado por más como don divino, o conocimiento caído del cielo. Yo reconozco que hay años de estudio que lo respaldan, mas no por eso lo considero absoluto, ni mucho menos perfecto. Por muy estudiados e inteligentes que sean, son hombres que hablan del misterio de Dios. Por eso, para mí, algunas cosas que se nos enseñan son suposiciones o conjeturas bien intencionadas, producto de experiencias místicas y sobre todo de un gran esfuerzo por encontrar y enseñar la verdad, lo que no me quita mi derecho a buscar y a discernir esa verdad. No debemos confundir a Dios con la imagen que tenemos de Él, por eso creo que tanto la institución como los fieles necesitamos esforzarnos por discernir lo verdadero y crecer en la fe. Y no es sólo trabajo del magisterio, sino de cada uno de nosotros. En lo personal, no culpo más a la Iglesia…, lo hice, me enojé, me rebelé y la dejé por unos siete años, (como expuse en mis motivaciones). Fue un proceso sumamente doloroso que me ayudó a madurar; ahora que soy adulta sé que también es responsabilidad mía. A raíz de mi gran crisis de fe le retiré a la jerarquía eclesial el poder de decidir por mí, y desde entonces me esfuerzo por depurar mis creencias, mis imágenes, mis actitudes cristianas. Lenaers -me parece- expresa algo parecido al decir que los axiomas, por muy evidentes que parezcan, son puntos de partida no obligatorios que tenemos la libertad de aceptar o rechazar. Precisamente se trata de dejar ese universo heterónomo, en donde las normas nos son impuestas desde fuera, desde “el mundo de arriba”, y que por lo mismo resulta protector y cómodo para muchos (ya no hay que “pensar” ni cuestionarse nada), y de entrar al de la autonomía, en donde la norma ética la encuentro en mí misma. Dejar atrás la seguridad de un manual de verdades y comportamientos no es nada fácil, porque me transfiere la responsabilidad de mi persona. La heteronomía es confortable, la autonomía arriesgada. Es esta última la que me permite ser plenamente humana.
Acepto que es más que probable que la jerarquía eclesial se haya quedado en la heteronomía, y temerosa de avanzar se haya instalado en la cautela, pero en mi experiencia con sacerdotes, religiosos y laicos consagrados he constatado que no sólo se me ha permitido tomar mis propias decisiones, sino que se me ha alentado a ello [de más está decir que evito los círculos más conservadores y me acerco a los de vanguardia]. Creo entender que esa cautela eclesial intenta justificarse en lo heterogéneo de la “masa” a la que pastorea y -temerosa de los riesgos-, sigue utilizando las mismas directrices y los mismos conceptos de antaño, dirigidos a la colectividad, sin negar la libertad de conciencia al individuo. Tal vez soy muy ingenua y mientras no me meta con las conciencias de otros y no sea considerada subversiva, no seré “vetada”. Tal vez.
Ante el temor de abandonar posiciones de poder y el rechazo a cambiar esquemas de pensamiento, la Iglesia se enfrentó abiertamente con los postulados científicos de la alta edad media y trató de someter a la ciencia, sin lograrlo. Si en esta época la Filosofía había sido desplazada por la Teología, ésta no tardó en ser desbancada por la Ciencia, no sin intentar acallar esas voces incómodas (recordemos cómo a Galileo se le obligó a retractarse en público de los postulados de la teoría heliocéntrica, y cómo Juan Pablo II pidió perdón por ello).
Tomando como cierto todo lo que sostiene Lenaers en este capítulo, se puede afirmar que la resistencia de la institución eclesial y su postura inflexible contribuyeron no sólo a la confrontación ciencia-religión, sino también – y esto para mí es más grave - a la dicotomía entre vida cotidiana y religión, que cada día es más abiertamente aceptada por muchos – aunque sea de manera inconsciente - como algo “natural”; pues si mi razón apunta a la ciencia, y mi fe me lleva a creerle al magisterio de la Iglesia, entonces es natural que separe mi vida en las cosas de acá y las de allá. Esto lleva a la falta de integridad, a la incongruencia, y esta falta de autenticidad, –desde mi punto de vista - afecta todas las dimensiones de la existencia; así, rasgada, gran parte de la humanidad ha perdido a Dios, o no cree en él (ateísmo) o lo rechaza con denuedo (antiteísmo). Qué triste, porque quien ha tenido un encuentro personal con Dios, no sólo sabe que existe, sino que puede ver la profundidad sagrada en los fenómenos del mundo y a Dios en los acontecimientos (no interviniendo como un mago, pero sí acompañando como Padre-Madre que es).
Para terminar de complicar la situación, como bien dice Lenaers, el lenguaje utilizado por la Iglesia es incomprensible para mucha gente de esta época o de plano la gente lo comprende mal y llega a conclusiones y conceptos erróneos. Esta falta de flexibilidad de la institución religiosa para cambiar su lenguaje –no su mensaje- y nuestra visión enraizada en el dualismo platónico, está llevando a la cultura occidental a alejarse de Dios y su capacidad para comunicarse con él está cada día más “oxidada”.
Los cristianos nos encontramos en medio de este forcejeo entre la fe (y la forma tradicional de compartirla) y la conciencia de un Dios no externo, sino con-nosotros. Jaloneados por una y otra, nos esforzamos por conciliarlas reconociendo a Dios como la realidad más profunda y trascendente que se manifiesta en todo lo que existe, ordenándolo (teonomía).
Me encantó lo que Lenaers dice sobre verdad y corrección: la primera tiene que ver con autenticidad, valor existencial, profundidad, enriquecimiento de vida y la segunda con la formulación. Bajo este esquema creo que es esencial no corregir sino purificar nuestra imagen de Dios, porque ésta afecta nuestra forma de estar en el mundo y de convivir. Hay que enriquecer nuestra vida sabiendo que Dios nos inhabita y no se dedica a dictar leyes…, su única ocupación es amar.
Con relación al misterio de la encarnación y al de la resurrección, para mí, van mucho más allá del plano biológico. Concebido por obra del Espíritu Santo representa –en mi no muy docta opinión- la indiscutible y misteriosa conexión de Jesús con Dios desde el inicio de su vida, aunque haya tenido que crecer en sabiduría (Lc 2,40), lo cual me parece muy lógico, pues no era mago ni tenía una bola de cristal para saberlo todo. Jesús era y es imagen de Dios, como lo manifestó en su vida, y precisamente esa vida, entregada a Dios en todos los aspectos y momentos, es lo que posibilita que siga vivo y presente entre los suyos, en forma real pero diferente. Entender la resurrección como un cadáver que vuelve a la vida es sumamente simplista. Para mí, con la resurrección, Jesús triunfa sobre la muerte (morir = vida y misión llegadas a su final, inconclusas, desaparición en la nada) y es acogido en la esfera divina, en ese Reino que se empeñó en construir aquí. No se trata de una intervención de Dios rompiendo el orden del universo, sino de un acto de amor supremo más allá de nuestra realidad cósmica.
Aprovecho para expresar mi desacuerdo con la frase «‘o felix culpa’ que nos mereció la venida de Yahvé Hijo cuyo sacrificio nos rescató», que no es del autor, la leí en los cuestionamientos propuestos. No creo que la culpa nos haya merecido la venida del Hijo. Nada nos hace merecedores de Dios hecho carne. Dios es amor gratuito, incondicional, perdurable. No excluye, acoge, y eso es lo que hizo con Jesús cuando éste entregó su vida: lo acogió en sus brazos, exaltó al Hijo, y por eso Jesús vive plenamente “a la derecha del Padre” y de esta forma cumple su promesa de estar con nosotros hasta el final de los tiempos.
Para finalizar diré que concuerdo con la recomendación del autor: “Quien no ‘se atreva a pensar’ que abandone el curso”. Sólo agregaré lo que José María Mardones, teólogo español autor del libro Matar a nuestros dioses, repetía: no se vale sacarle el tapete a alguien si en su lugar no vas a darle algo en qué apoyarse (en mis palabras, por supuesto). Estos temas deben ser tratados con tacto, cuidado, amor y mucho respeto.
jueves, 29 de abril de 2010
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