lunes, 30 de mayo de 2011

COMENTARIO DE ANA LAURA JIMÈNEZ C. A LA APORTACIÒN DE ALMA PATRICIA JIMÈNEZ C. SOBRE EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÒN

"EL CRISTIANO NO HACE EL DIÁLOGO, ES EL DIÁLOGO EL QUE HACE AL CRISTIANO". (Paulo VI)

QUERIDA BITA:


Nuevamente me gustó mucho tu participación sobre el Sacramento de la Confirmación, como tu y yo platicamos, amamos estos sacramentos, hemos preparado grupos para recibirlo y sin embargo ahora lo podemos ver de otra manera que no le quita para nada su valor sino al contrario, vemos lo necesario que es hacernos conscientes del gran regalo que es y para eso necesitamos de un desarrollo espiritual cristiano profundo. Sin embargo es verdaderamente una lástima, por no decir una verdadera falta de responsabilidad y falta de respeto al pueblo de Dios, que muchos catequistas no se actualicen, y sobre todo que muchos de nuestros obispos y sacerdotes sigan expesándose de este y de los otros sacramentos, en términos de una teología ya superada, con un lenguaje mítico sin aclararnos que precisamente la liturgia es simbólica porque la realidad de Dios en nosotros rebasa completamente a la mente. Esta manera de “evangelizar” está haciendo que muchas personas se retiren de nuestra Iglesia por encontrar sus cultos cada vez con menos sentido y aplicación a la vida diaria.

De acuerdo no sólo a la teología actual sino al mismo Antiguo y Nuevo Testamento, el término “Espíritu” parecía aludir a Dios mismo en cuanto interiorizado en el ser humano, como fuente de todo dinamismo. Sin embargo ahí mismo se hace mención de cómo la mentira, producto de la ignorancia y de la inconsciencia- nos ciega y nos incapacita para “ver” el Misterio en todo y para vivir conscientemente “conectados” por el Espíritu, dejándonos conducir por él, como nuestra Fuente o Dinamismo interior. El Espíritu –afirman el texto- “vive en vosotros y está con vosotros”.

Sin embargo, desde una mente dual, que es en la que se lleva a cabo la evangelización por la mayoría, se corre el riesgo de querer imaginarnos al Espíritu como una Realidad separada que, eventualmente, podemos acoger en nuestro interior. Esta l representación es engañosa y únicamente puede provenir de la mente fragmentadora.

La realidad es otra. Y es que seamos o no conscientes de ello, el Espíritu está ya en nosotros; siempre ha estado y siempre estará, porque nos constituye en lo más íntimo y nuclear de nuestra identidad.

En el evangelio se interpreta la venida del Espíritu como un don de la Pascua, es decir, se asocia a la muerte y resurrección de Jesús, pero se trata sólo de desvelar lo que siempre ha sido.

En cuanto podemos irnos alejando de una mente y un lenguaje “dual” podemos entender que decir “recibimos” el Espíritu significa que “vemos” todo lo que es como “expresión” de ese mismo Espíritu que en todo se manifiesta. No sólo no es una presencia separada que puede o no venir a nuestro interior, sino que nos constituye en nuestra Identidad más profunda.

De manera que, más que un yo habitado por el Espíritu –a un nivel relativo, esto es también cierto-, somos el Espíritu viviéndose en forma de yoes concretos. Hay que recordar las palabras de Teilhard de Chardin: “No somos seres humanos viviendo una aventura espiritual, sino seres espirituales viviendo una aventura humana”.

Cuando yo logro superar mi mente y entrar en una dimensión más profunda donde experimento la presencia de Dios para lo cual ya no necesito conceptos, puedo sentir al Espíritu sin forma que, más allá de mi ego o pequeño yo, que es relativo, se quiere expresarse en una forma, en mí como se expresó en el propio Jesús. A mi modo de ver, la “conversión cristiana” consiste, precisamente, en vivir este paso: del yo al Espíritu.

Al vivirlo, es cuando experimentamos la verdad de las palabras de Jesús: “Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros”. Se vislumbra entonces la Unidad profunda, se adora, se saborea y se vive. A partir de ahí, venimos a descubrir que quizás se trata sólo de eso: de comprender quiénes somos. Eso es salir de la ignorancia, despertar, venir a la luz, “recibir” el Espíritu…

El que, sintiéndose uno con Espíritu, deja vivir al Espíritu, que es amor, descubre que el amor se convierte para èl en la consecuencia y en el camino. Es consecuencia de la comprensión: quien descubre su identidad más profunda, donde encuentra el Espíritu, no puede no amar; pero, al mismo tiempo, vivir el amor al otro es preparar el camino para que se nos regale la visión. Y es en la vivencia del amor donde, tal como lo había prometido, Jesús se nos revela: todo converge y se unifica. Sentir amor, ser amor, dejar que el Amor sea… Esa es la experiencia del Espíritu.
Seguramente fue esa misma experiencia la que inspiró a Louis Evely esta oración:

DIOS…

Tú eres
lo esencial de mi vida.

Tú eres
más real que yo mismo.

Tú eres
todo cuanto me desborda.

Tú eres
certidumbre que dinamiza mi querer.

Tú eres
yo,
pero mucho más que yo.

Tú eres para mí
mucho más otro
que lo son todos los otros.

Tú eres
lo que me habita
y lo que yo habito.

Me pertenezco a mí mismo
en la medida
en que me doy a ti.

Me afirmo a mí mismo
afirmándote a Ti.

Soy yo mismo
siendo Tú.

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