"EL CRISTIANO NO HACE EL DIÁLOGO, ES EL DIÁLOGO EL QUE HACE AL CRISTIANO". (Paulo VI)
MIS COMENTARIOS AL CAPÌTULO 3.2
Algunas reflexiones sobre la teoría de la evolución y sus consecuencias en nuestros dogmas cristianos…
La teoría de evolución convirtió a Adán y Eva en leyendas, en el mejor de los casos. La vida humana, hoy nos queda claro, evolucionó en un proceso de unos 4.500 a 5.500 millones de años. No hubo primeros padres, así que el acto primitivo de desobediencia de nuestros supuestos primeros padres, no pudo haber afectado la entera raza humana. De esta manera, el mito de Adàn y Eva recibe un golpe mortal y el relato monolítico de la salvación, construido por apologistas cristianos durante siglos, se empezó a tambalear.
Ante este primer golpe mortal el cristianismo dio un paso: moverse desde un Adán y Eva literales hacia un Adán y Eva simbólicos, y del relato literal de la vida en el Paraíso, hacia un relato simbólico de la caída humana de la perfección que Dios había pretendido para nosotros con la creación.
Se dijo entonces que los seres humanos, por su propia naturaleza, están alienados de Dios. Ésta fue la nueva definición del pecado original. No había sido una historia, primordial o no. Se trataba más bien de la descripción de nuestro mismo ser. Era algo más bien ontológico. Ello hizo que el pecado viniera a ser la universal condición humana. Sólo los seres humanos fueron afectados por el pecado, porque sólo ellos recordaban aquello para lo que habían sido creados.
El relato de Adán/Eva, así, fue transformado en una parábola sobre el sentido de la vida, destinada a Dios, pero vivida en la alienación de Dios. Y esa alineación era el pecado original. La narración de la caída llegó a ser así una narración sobre el amanecer de la auto-conciencia. Fue una transición interesante, desde el literalismo hacia el simbolismo, y salvó el mito por más o menos otro siglo.
No obstante este paso, el mito seguía vulnerable al avance del pensamiento ilustrado. En su prisa por transformar a Adán y Eva desde una historia literal hacia un símbolo de la ontología humana, la mayor parte de la gente, no cayó en la cuenta de que Darwin, con esta mentalidad posmoderna, había hecho bastante más que simplemente desliteralizar a Adán y Eva: Darwin había desafiado, y con éxito, el concepto de la bondad de la creación.
Pensar que la creación es buena implica que la obra de creación está completa. Pero Darwin nos hizo concientes de que creación, aun ahora, no está terminada. Todavía se siguen formando galaxias. La vida humana también sigue evolucionando... De repente, toda la estructura mitológica, en la cual y por la cual la figura de Cristo ha sido enmarcada, ahora se vino abajo. ¿Qué es el pecado? No es, y nunca podría ser, la alineación de perfección que Dios en la creación habría pretendido para nosotros, puesto que no existe algo así como una creación perfecta. No hubo tal caída en pecado. No obstante, en algún sentido todos los seres humanos seguimos estando involucrados en la lucha para alcanzar nuestro propio, verdadero y profundísimo ser.
Nosotros los seres humanos, hemos emergido lenta pero firmemente, desde dentro de una dinámica evolutiva de billones de años. De ninguna manera hemos sido literalmente creados a imagen de Dios. Así de sencillo: evolucionamos desde formas inferiores de vida y finalmente hemos desarrollado una conciencia más alta. El propósito de la creación no se cumplió necesariamente con el advenimiento de la vida humana, puesto que la vida humana, como la conocemos nosotros, entró en la historia hace muy poco.
¿Qué posible sentido podría tener el concepto de una primitiva caída de vida humana en el pecado, para aquellas criaturas que sólo hace poco han evolucionado al escenario mundial, y no dan evidencia que su estancia vaya a ser permanente? ¿Cómo puede darse una caída al pecado si nunca había existido una perfección desde donde caer? ¿Qué clase de deidad es ésa que exige a nosotros una ofrenda sacrificadora, con el fin de superar un abismo que ahora nos damos cuenta de que no existe? ¿Quién se sentiría atraído por la imagen de un salvador divino que con su autodestrucción pagaría el precio del pecado? El entendimiento tradicional de la historia de salvación y las diferentes teorías de expiación, todo se viene abajo en este punto, incluso la interpretación que hemos puesto tradicionalmente sobre la cruz del Calvario.
Todas estas interpretaciones nos fuerzan a relacionarnos imágenes de una deidad externa que actuó como una figura autoritaria, humana y caprichosa que se habría sentido insatisfecha con la conducta humana, y que demandaría alguna forma de expiación. Nos imponen una definición de la vida humana como pecaminosa y caída. No obstante, aquella deidad externa hoy se encuentra completamente muerta, y aquellas definiciones de vida humana que nos exigían soñar con actos de expiación, sacrificios y cuentos de intervenciones divinas, carecen hoy de todo sentido. Así que, la inmensa mayor parte del tradicional «lenguaje sobre Cristo» ha llegado a ser ininteligible. Jesús, como agente de Dios en la divina operación redentora, no es un Jesús que ejercerá atracción ni resultará inteligible para los ciudadanos de este siglo.
Más bien, hemos evolucionado de nuestro pasado evolutivo, y todavía estamos en proceso de formación. Nuestra falta de integridad es una señal del equipaje que llevamos como sobrevivientes de ese largo y difícil pasado. Somos los portadores de lo que un biólogo británico ha llamado, «el gen de egoísmo». Cuando cualquiera de nosotros se encuentra en una lucha para sobrevivir, aún nuestros instintos más altos vienen para abajo y nuestro egocentrismo radical nos lleva a precipitarnos de nuevo en una lucha de dientes y zarpas. Así de sencilla es la descripción de nuestro ser. Eso es lo que quiere decir ser humano.
Un salvador que nos devuelva a nuestro estado pre-caído es, por eso, una resto pre-darwiniano, y una absurdo pos-darwiniano. Un redentor sobrenatural que entra a nuestro mundo caído para reparar la creación, es un mito teístico. Así que, nos toca librar a Jesús del papel de rescatador de redentor. Hasta tal extremo hemos sido sometidos por este malentendido, que la mayor parte de nosotros no conocemos ningún otro modo de hablar de él más que reduciéndole a un mero buen maestro o buen ejemplo. Si la experiencia crística no hubiera sido nada más que eso, dudo que hubiera sobrevivido. No obstante, el Jesús de quien el credo dice «que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo», sencillamente ya no dice nada a nuestro mundo. Esos conceptos tendrán que ser arrancados y abandonados. Si la experiencia crística es algo real, entonces tenemos que descubrir un nuevo modo de hablar de ella.
Decir que la creación no es “buena” y que “no hemos sido creados a imagen de Dios” cuadra muy bien con mi visión cristiana actual, ya que lo entiendo únicamente en el sentido de que tanto la creación como la persona humana no nacen ya terminados. Y es así que experimentamos una insaciable insatisfacción, una auténtica sed de Infinito, una atracción hacia la plenitud que sólo podrá ser llenada por el Absoluto a quien mi fe cristiana identifica como Dios. Creo que el hombre ha salido de las manos de Dios con un vacío profundo, con una necesidad de lo que nos trasciende o del “trascendente”, lo deseamos desde lo más profundo de nuestro ser y a la vez no podemos alcanzarlo sino fuera de nosotros, esto es lo que los filósofos existencialistas llaman “la paradoja existencial”. Sin embargo, como nos dice Juan Luis Herrero del Pozo, la conciencia humana especialmente, está perfectamente armada para la aventura existencial aunque limitada y precaria en sus inicios biológicos.
Creo que la teología actual tiene que tomar en cuenta esta condición natural humana así como la bondad de la creación, partir no de una “culpa original” sino de una “bendición original” y ayudarnos a descubrir como lejos de oponerse a una auténtica visión cristiana, este punto de partida puede ayudar al hombre moderno a encontrar un sentido a la vida y al mensaje de aquel que nos ofrece darnos de beber un agua con la que no volveremos a tener sed, sed que nos identifica como seres humanos que tomamos en serio la vida pero que ante las inseguridades de todos los discursos hasta hoy escuchados en las religiones tradicionales, seguimos ansiando aquello o Aquel que pueda llenar nuestra hondura.
Puede ser que hoy, al margen de todas las instituciones religiosas, la figura de Jesús de Nazareth nos abra un horizonte nuevo libre de mitos, un campo de estudio basado en las ciencias pero enriquecido por un desarrollo espiritual que no parta de creencias sino de experiencias, como lo es la experiencia de la presencia en mí de Jesús resucitado, fortalecida por la lectura constante de los evangelios, la oración de contemplación y de agradecimiento así como un estudio que no se fundamenta en respuestas dadas sino en preguntas surgidas de una búsqueda constante.
Para mí esto representa hoy el camino de lo que yo llamaría una fe cristiana adulta, camino que por otra parte le da sentido a mi vida y me llena de entusiasmo.
martes, 17 de noviembre de 2009
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