jueves, 7 de abril de 2011

APORTACIÓN DE ANA LAURA JIMÉNEZ C. AL CAPÍTULO 12

"EL CRISTIANO NO HACE EL DIÁLOGO, ES EL DIÁLOGO EL QUE HACE AL CRISTIANO". (Paulo VI)


Considero que la primera respuesta a los cuestionamientos que surgen al leer el capítulo 12 del libro del Padre Lenaers ya están respondidos en el capítulo 11: “ Creer en Dios es lo mismo que hacerse uno con el misterio original, porque creer es una actitud de alabanza y amor, un proceso dinámico de entrega, pérdida de sí mismo y unificación. Quien confiesa, junto con la tradición judeo cristiana, que la mejor manera de apuntar a la esencia del misterio original es el concepto de amor, debería confesar también que mientras más crece el amor, mayor es la unión con Dios, y mayor la participación en su eternidad, a pesar de la muerte biológica. Aquí se acaba nuestra capacidad para describir más exactamente lo que sucede. Todo lo que digamos sobre ese misterio original es deformación. Sólo hay una expresión que no deforma nada, y ella es que debemos y podemos entregarnos al misterio original, pase lo que pase con nosotros, aunque sea muy cruel. Pues confiarnos en el amor y dejar que nuestro ser biológico sea determinado y confiscado por él, es algo bueno, lo único bueno”.



” En mi comentario al capítulo 11 yo afirmaba: “ ..y es que cristianamente sólo puede hablarse de resurrección si al mismo tiempo se habla de Dios. Sólo quien entiende lo que significa la comunión con Dios, puede comprender lo que es la resurrección” , tanto para Jesús como para nosotros. Por consiguiente, quien realmente entiende la palabra “Dios” tiene que comprender que todo el que pertenece a Dios y con él tiene comunión, tiene también parte para siempre en la vida de Dios. Esta vida es eterna. La resurrección significa realmente la “comunión eterna del hombre total con Dios”, contra la que ni la muerte corporal tiene poder. Toda idea de resurrección que prescinda de Dios carece de sentido.



También Lenaers afirma en su capítulo 12 que la conciencia determinada bioquímicamente termina con la muerte bioquímica. Willigis Jäger, en la actualidad un referente necesario en el tema de la espiritualidad, en su libro “LA OLA ES EL MAR. ESPIRITUALIDAD MÍSTICA, Editorial Desclée de Brouwer, Colección Caminos, viene a insistir en que: “la realidad que tomamos por real no es la realidad real. Esta se revela sólo cuando abandonamos nuestra consciencia egoica cotidiana y entramos en una esfera más alta de la mente. La conciencia transpersonal.”, a la que explica afirmando lo siguiente: “En el nivel mental transpersonal la persona sobrepasa su consciencia del yo, queda inmersa en una realidad que trasciende nuestro yo. En el nivel sutil esto se da en forma de imágenes y símbolos; es el nivel de las visiones y de las profecías. En el nivel causal ocurre la experiencia de unidad con alguien que está frente a mí: un Dios personal independientemente de cómo se llame.”



Por otro lado, la consciencia egoica la explica así: :“Durante años vamos construyendo una identidad que llamamos yo. Nos identificamos con una serie de patrones. Defendemos nuestro yo con ira y con miedo. Pero en el fondo el yo carece de sustancia. Consiste en un cúmulo de cosas aprendidas y no es más que un centro de funcionamiento utilizado como instrumento por nuestra naturaleza esencial. Se disolverá con nuestra muerte; lo que quedará entonces será nuestra verdadera identidad divina.”



Para Willigis Jäger el intelecto es una manifestación concreta del espíritu y el cerebro no es otra cosa que la densificación material de energía espiritual. La realidad espiritual se experimenta a sí misma en la experiencia mística. En ella el espíritu se encuentra a sí mismo, mientras que en el nivel racional, con su dualismo de sujeto-objeto, sigue estando separado de sí.”Jagër no pretende polemizar con nadie y para ello se apoya en: “Carl Jung quien afirma que: “La experiencia religiosa es absoluta. Se escapa a cualquier discusión. Lo único que se podrá decir es que nunca se ha tenido esa experiencia y la otra persona dirá: “lo siento, pero yo sí la he tenido”. Y con ello la discusión ha terminado. Carece de importancia lo que el mundo opine sobre la experiencia religiosa, quien la tiene posee el gran tesoro de algo que se ha convertido para él en fuente de vida, sentido y belleza, proporcionando un brillo nuevo al mundo y la humanidad”.



Para Jäger la mística es el modo de abrir nuestra capacidad mental y así dice: “La liberación de la capacidad oculta de la consciencia reside en el espacio transpersonal de ésta; es la mística. La mística no está más allá de Dios y del mundo. La mística es Dios y mundo, una unidad indivisible. Este ser no se puede expresar con palabras, imágenes o símbolos porque toda imagen, símbolo o lenguaje sobre el ser están sujetos a cambios constantes, mientras que lo divino permanece inmutable. Dios sucede en el aquí y el ahora. Únicamente es este preciso instante es posible la comunión y la comunicación con Él. La verdadera importancia de Jesús radica, no en su muerte expiatoria en la cruz por una humanidad pecadora, sino en habernos señalado un camino hacia la experiencia de unidad con el principio divino originario, una experiencia que el mismo tuvo “Abba” “el Padre y yo somos uno” “quien me ve a mí ve al Padre”. Todos tenemos acceso a la experiencia de Dios:



Todas las religiones son caminos que llevan a la experiencia de lo divino, nos dice Jagër, pero ninguna de ellas puede afirmar que posee el acceso único. El cosmos es la epifanía de Dios.”



Desde la teología actual y más específicamente, desde la exégesis, podemos ver que en tiempo de Jesús no formaba parte esencial de la fe judía. Y Jesús no hizo de ella una cuestión temática de su predicación… La fe en la resurrección parece ser obra de la comunidad post pascual, no un mensaje de Jesús. Si para El hubiese sido un punto esencial (y entre creer o no creer en la vida post mortal es una diferencia existencialmente sustancial, que corresponde no sólo a dos religiones a dos antropologías diferentes) hubiera tenido que insistir en ello explícita y fuertemente, y hubiera debido tener “controversias” con las saduceos al respecto. Sin embargo, todo parece indicar que este tema fue irrelevante para Jesús, y que no figura en su predicación.



Después de Jesús, el cristianismo sí ha afirmado con contundencia la resurrección, la vida post mortal, el cielo/infierno, de forma que su afirmación ha formado parte esencial de la configuración misma de la esencia del cristianismo: Por supuesto que esta estructura del pensamiento cristiano no sólo es específicamente cristiana sino también cultural. Era todo el mundo el que creía en la vida eterna, o mejor, todo el mundo el que “no creía” sino que “creía ver con evidencia” la vida eterna, la permanencia más allá de la muerte, la vida de los muertos, el cielo y el infierno. El cielo, con descripción de su realidad, y sobre todo el infierno, con descripción de la suya: como el infierno del Dante, como uno de los elementos más constantes en el imaginario religioso popular. El catecismo por su parte lo describía, con más sobriedad, como consistente en una pena de daño y otra de sentido…



La creencia en el cielo y en el infierno, en el juicio final, etc., nos lleva a otro tema que ya no aceptamos tan fácilmente, y es que toda esta creencia estaba dependiente de la creencia de la “salvación”…Hoy nos preguntamos: ¿Salvación de qué? Y ¿por qué? ¿Por qué sin posibilidad de salvación? La diferencia en el entendimiento de este tema es sustancial porque de hecho, produce dos cristianismos diferentes.

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