domingo, 19 de septiembre de 2010

APORTACIÓN DE MA. DE LOURDES JIMÉNEZ CODINACH AL CAPÍTULO V

"EL CRISTIANO NO HACE EL DIÁLOGO, ES EL DIÁLOGO EL QUE HACE AL CRISTIANO". (Paulo VI)

CAPÍTULO 05. El cordón umbilical de nuestra fe. El tesoro de la Tradición.

1. La Tradición es una “mezcolanza” … o “deposito multiforme de experiencias sobre encuentros con el Jesús-Mesías que han ido contando los creyentes generación tras generación” nos dice Lenaers en la Pág. 55 de su libro, y como tal “abarca todas las demás expresiones de la fe en Jesús y en el Dios que el anunció” lo cual se plasma y expresa en la oración de los fieles, en los credos y pronunciamientos de los Concilios, de los sínodos, encíclicas de los papas y enseñanzas o interpretaciones de los maestros de la iglesia, es decir en el magisterio de la Iglesia, como un vehiculo más que, junto con la Sagrada Escritura, --y en particular, en el Nuevo Testamento--, nos permita “acceder al Cristo que vive en la comunidad eclesial, y mediante El, -y con El mismo- a Dios” (p.55).

Y como mezcolanza o deposito multiforme de experiencias de encuentros humanos con Jesús, a través de la palabra humana que es la Tradición, al igual que en la Sagrada Escritura estamos de acuerdo en que no toda esta palabra o interpretación de la palabra divina y experiencia de Cristo en que consiste la Tradición y doctrina magisterial, expresa directamente o nos conecta en su integridad “con el espíritu de Jesús”, pues no deja de ser expresión y palabra humana, por más que esta se proponga reflejar el verdadero sentido del mensaje cristiano, y con ello, del encuentro divino, pues como bien dice Lenaers esta tradición “está extremadamente marcada por los factores personales y por los factores temporales de tiempo y espacio” (p.55-56). De esto se sigue entonces, que, por valiosa que sea la Tradición para guardar el vinculo de nuestra fe como comunidad en Cristo, no podemos hacer de ella un “articulo de fe”, o “verdad inamovible” y “dogma”, pues como expresión o interpretación humana que es, está sujeta a un contexto y condiciones particulares y personales, culturales e históricas de los intérpretes que la formulan y, por tanto, es palabra contingente y movible, según el “espíritu de los tiempos”, que de a conocer siempre el núcleo central del mensaje cristiano que se desprende de la vida, muerte y resurrección de Cristo, pero en términos de un lenguaje actual y efectivo que llegue y sea comprendido por el cristiano de todos los tiempos, es decir, que no se quede atrapado en formulas y símbolos de comunicación que sirvieron a otras generaciones pero que ya no le dicen nada o poco al hombre de hoy y cristiano actual.

Por eso soy de la idea, que no obstante el gran respeto que me merece esa Tradición para entender el mensaje cristiano, y que mejor que esa Tradición ha permitido por dos mil años mantener viva la fe del pueblo en Cristo como camino de salvación, también es un hecho que cuando esa Tradición deja de ser vehiculo efectivo de conexión y unión de Jesucristo con su pueblo, cuando el mensaje ya no dice nada o poco al corazón sediento del cristiano con su Dios, cuando inclusive puede ser esa Tradición percibida por los fieles como ajena, insensible o hasta contraria con el testimonio cristiano (de perdón, curación, inclusión y comprensión que fue la vida de Cristo entre los hombres), considero que no tiene por que ser considerada como parámetro a seguir por los fieles católicos, y por tanto es procedente exigir de la asamblea eclesial y de su magisterio, un cambio y ajuste a la enseñanza magisterial en términos no solo de un lenguaje más claro y accesible, sino inclusive revisionista del contenido de ese mensaje que antes canalizo directo al corazón de los fieles la doctrina de Cristo, y ahora, ha perdido esa actualidad y eficacia, por que ya no es fundamental o vital para el cristiano de hoy.

Lo anterior significa que la Tradición, como testimonio humano de la experiencia fundante que fue el encuentro con Jesús de las primeras comunidades, y después de la re-interpretación de esa experiencia por las generaciones posteriores, no solo generó testimonios o “pruebas de ser bueno” (1 Tes.5, 22) como lo dijera Pablo, sino también pruebas y testimonios de lo negativo o mal interpretaciones de las personas e instituciones supuestamente cristianas, pues lo que es obra humana, no puede estar exenta de debilidades, intereses perniciosos o limitaciones y egoísmos cuyo objetivo no es más que mantener un poder personal y egoísta, y ejercer siempre el control sobre los fieles. Pero ello tampoco significa que pueda afirmarse en forma genérica y absoluta como lo hace Lenaers que “La historia de la iglesia ha sido una exposición itinerante de desarrollos fallidos, de abusos y delitos vergonzosos, cometidos por creyentes y jerarcas que a menudo fueron aprobados por príncipes eclesiásticos y teólogos, a quienes hasta los canonizaron como santos y los bendijeron con palabras de la Escritura.” (p.59), pues junto a este lado obscuro de la Iglesia, camina también en paralelo todo un lado de luz, de amor, justicia, perdón y compasión cristiana de creyentes y jerarcas santos, canonizados o no, que con su vida y testimonio cristiano, han mantenido la fe viva en Jesús y en sus seguidores, haciendo de la comunidad cristiana y católica una asamblea de fieles que han visto en ellos la imagen clara y presente de Cristo, y por tanto ejemplo a seguir y emular en sus vidas como verdadero y único camino de salvación.

2. ¿Cómo entonces “quedarnos sólo con lo que da pruebas de ser bueno” que decía Pablo? ¿Cómo conectar con “las experiencias que los discípulos tuvieron en su encuentro con Jesús (…) de tal manera que nada de lo que estuviera en contradicción con el espíritu de Jesús tal y como lo experimentaron y contaron sus discípulos podría pretender ser válido”? (p.60).

Pienso que la Iglesia Católica no debe temer al cambio, revisión y apertura de su Tradición y enseñanza litúrgica o Magisterio, que invocando siempre la “ayuda del Espíritu Santo” debe abrirse al pueblo de Dios y oír sus reclamos y necesidades, confiar en el ‘olfato creyente’, y en el sentido de los fieles o “sensus fidelium” para que con ello, e iluminado por el Espíritu de Dios, revise no solo el lenguaje de su doctrina, sino inclusive el contenido de esa doctrina que en otro tiempo conectó con las necesidades de los fieles, y que ahora parece cada vez más lejana de las preocupaciones y formas de hacer presente al Pueblo de Dios el mensaje original de Jesucristo. No podrá evitarse la ambigüedad de lo bueno y lo malo que toda obra humana puede acarrear, pero la fe y certeza de que esa institución humana que es la Iglesia Católica, fue instaurada por Cristo para mostrar el camino de salvación a una humanidad necesitada de su presencia y de su amor, es la mejor garantía de que a pesar de las vicisitudes y debilidades de lo humano, lo bueno y santo en esa humanidad creada a su imagen y semejanza, siempre prevalecerá para la gloria y salvación de todo hombre y para la subsistencia del Reino de Dios que el vino a instaurar. Los crímenes y abusos que en nombre de Dios se han cometido y que se seguirán cometiendo por los hombres de poca fe y mucho deseo de poder en este mundo, serán cada vez menos presentes en una Iglesia activa y abierta a regresar a la experiencia fundante, donde laicos y seglares, fieles y jerarquía exijamos volver a los orígenes y emulemos y nos conduzcamos conforme al ejemplo que Jesucristo nos dio y nos legó: perdonando, curando, incorporando y acogiendo con amor a todo prójimo en necesidad y desventaja.

3. ¿Qué recurso nos queda entonces? En varios momentos del capítulo -y a todo lo largo de su libro- se dice en los comentarios del Equipo Atrio que sirve de guía a estos comentarios, el autor no va a presentar como última instancia para el discernimiento una autoridad heterónoma, la del magisterio jerárquico (cap.6), sino la subjetiva, inevitablemente imperfecta y ambigua, de la experiencia interior del encuentro personal con la divinidad. Ni la ‘revelación’ de Dios ni su ‘tradición’ se encarnan en la historia del cristianismo más que en la experiencia subjetiva. La crisis modernista sigue siendo una asignatura pendiente, dice el Comentarista del Equipo Atrio.

Pienso que la solución que nos ofrece Lenaers para alcanzar este discernimiento no es el subjetivo e individual del cristiano en su vivencia y experiencia interior y personal con la divinidad, sino el comunitario y que como Iglesia nos involucra a todos los católicos que formamos parte de la Asamblea de creyentes, es decir, no solo la autoridad del magisterio jerárquico integrada por el papa y sus obispos o teólogos en Roma, sino a todas las Iglesias locales en sus respectivos lugares quienes tomando en cuenta el contexto y particularidades de esa comunidad de católicos en asamblea de Dios, deben llevar a cabo ese discernimiento del mensaje central de Cristo en el Evangelio, y adaptarlo o ajustarlo a sus circunstancias concretas, según las necesidades de los fieles en esa localidad. En particular, Lenaers asigna esa función o comisión, al presidente de cada asamblea, para llevar y conducir la oración comunitaria, en un lenguaje abierto a la constante renovación que elimine lo ambiguo de los textos y que permita a la comunidad identificarse y reconocer como propio ese texto.

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