martes, 4 de octubre de 2011

APORATACIÓN DE ANA LAURA JIMÉNEZ C. AL CAPÍTULO XVI

"EL CRISTIANO NO HACE EL DIÁLOGO, ES EL DIÁLOGO EL QUE HACE AL CRISTIANO". (Paulo VI)
Hoy se está perdiendo la “conciencia de pecado” nos dicen con preocupación algunos agentes de la evangelización. Algunos párrocos recomiendan a sus catequistas que introduzcan puntos de vista y lenguajes más modernos en su tarea evangelizadora, siempre y cuando los niños no pierdan “la conciencia de pecado”. Yo creo que tienen razón en preocuparse ya que es cierto que se está perdiendo esta conciencia , pero esto no se debe ni a la secularización ni al olvido de Dios, y sí creo que la razón de tal preocupación tiene mucho que ver con la preocupación de perder el control que ha tenido hasta ahora la jerarquía eclesiástica.

Creo que concepto de pecado debe de replantearse no sólo desde lasa ciencias humanas especialmente la psicología que nos dice que las conductas destructivas del ser humano son básicamente resultado de la falta de satisfacción de necesidades básicas, sobre todo de la necesidad de amar y ser amado, sino sobre todo desde una teología “teónoma” como diría el Padre Lenaers, , y en este replanteamiento podría resultar para algunos como yo que ya no tiene sentido el seguir hablando de “pecado” y menos como un concepto central en la doctrina cristiana de la fe.

Existe la tendencia a abordar la realidad del pecado reduciéndolo a sus consecuencias éticas y no mirando su raíz, por lo que es necesario plantear esta realidad desde su realidad ontológica, es decir, desde su fundamento. ¿Quién sabe lo que es el pecado?” decía en la Vulgata, el verso de un salmo que ha hecho meditar a generaciones de cristianos. ¿Quién se da cuenta de sus yerros? (Sal. 19, 13) Al menos una cosa se puede responder con seguridad que ni el hombre, ni tampoco ninguna teología, ética o filosofía pueden explicar lo que es el pecado.

El Padre Lenaers nos dice que desde un lenguaje teónomo, figurado pero más intramundano y más acorde con los tiempos, detrás de lo que hemos llamado “pecado” se esconde esencialmente la angustiosa experiencia de una ruptura en la relación entre el ser humano y su fundamento original y santo. La Biblia introduce al ser humano en la historia de la creación como hecho a imagen y semejanza de Dios, esto significa que la naturaleza fundamental de nuestra naturaleza es que lleva inscrita en ella a Dios como destino suyo. Creo que la diferencia entre el ser humano y cualquier otra criatura es que su humanidad o naturaleza humana consiste en su relación con Dios, es decir, el género humano no se apoya o se basa en sí mismo, sino en la relación del ser humano con Dios. SI CESA LA RELACIÓN EL SER HUMANO NO ES YA LO QUE CORRESPONDE SER. Aunque muchas voces a lo largo de nuestra historia han negado esta realidad, la perspectiva de una fe cristiana adulta es que el ser humano, desde el primer momento de su existencia, se manifiesta como un SER EN RELACIÓN, es decir, que empieza a existir gracias a otro e inmerso en la realidad de otro que le acoge. De aquí que el aislamiento y la ruptura de relaciones no sean lo propio para el desarrollo de la persona humana, CUYA POSIBILIDAD DE PLENO DESARROLLO SÓLO PUEDE DARSE GRACIAS A LA RELACIÓN, que no es sino la referencia a Otro, a Dios que es “Todo en Todo” (l Cor 15,28) Dicho de esta manera, la naturaleza humana del hombre, en este mundo, consiste en una RELACIÓN DE AMOR CONFIADO HACIA DIOS y en AMOR DIVINO HACIA EL HOMBRE.

Cuando el hombre se aparta de Dios la imagen se deforma y se rompe. Si Dios se apartara del hombre, su imagen se perdería completamente y el hombre dejaría de ser humano para siempre. Desde esta perspectiva, en cualquier relación, a cualquier nivel de relación de que se trate, sea cual sea la relación en que se viva, PODRÍAMOS ABORDAR EL PECADO COMO EL NO RECONOCER QUE DIOS ES TODO Y QUE EL SER CREADO ES EL SER PARTICIPADO Y QUE LO TANTO DIOS ES TODO EN CADA RELACIÓN, en cada uno de nuestros actos, como finalidad y como método. De esta manera podemos entender el pecado como el no reconocer a Dios como origen, es decir, como motivo y como finalidad. El pecado es idolatría de nosotros mismo y en la Biblia se le resume en último término como idolatría, y es “el padre de la mentira” quien actùa para extender la posibilidad racional de la idolatría.

Pero la buena noticia que nos trae Jesús nos devela el AMOR misericordioso del Dios creador que es Padre, que es nuestro origen y nuestro Destino, nuestro acompañante perenne. “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Esta es una afirmación suprema del Amor creador y ¿qué es lo que le pueden añadir las palabras misericordia, perdón, expiación, reparación, etc., a la palabra amor? Nada. Sin embargo, la palabra “misericordia” sí le puede añadir algo al amor: el factor del misterio por el que todas nuestras medidas e imágenes se rompen. La misericordia es la actitud que tiene el Misterio ante cualquier debilidad, olvido o error humanos: DIOS, FRENTE A CUALQUIER DELITO QUE COMETA EL HOMBRE, LE AMA. Es por eso que no se puede mendigar a Dios Padre más que abandonándose a su misericordia.

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