martes, 2 de noviembre de 2010

APORTACIÒN AL CAPÌTULO VI DE ANA LAURA JIMÈNEZ CODINACH

"EL CRISTIANO NO HACE EL DIÁLOGO, ES EL DIÁLOGO EL QUE HACE AL CRISTIANO". (Paulo VI)

MI APORTACIÓN AL CAPÍTULO 6


Independientemente del origen heterónomo que fundamenta la jerarquía o estructura de poder sagrado, un poder “absoluto” y directo sobre cada cristiano por provenir de “Cristo mismo”, independientemente de que la doctrina católica oficial sobre la Jerarquía sea un elemento ajeno al Evangelio, y sobre todo el que la realidad jerárquica haya encarnado las pulsiones más bajas de la naturaleza humana, quisiera analizar un poco los efectos que esta organización jerárquica ha tenido para la salud integral de sus integrantes y especialmente para su desarrollo emocional, intelectual, social y aún espiritual y religioso, no sin antes decir que eso de que todo esto se funda en un “mandato que viene de un Dios-en-las alturas” me parece aberrante.



Para los que nos dedicamos a trabajar en facilitar el establecimiento de ambientes donde la persona pueda crecer y ser ella misma, donde se pueda dar una sana relación humana, factor indispensable para conservar la salud mental, para los que trabajamos en ambientes educativos que estimulen el conocimiento, la sana autodeterminación, la autoestima, la comunicación efectiva, el diálogo, y tantos otros factores indispensables para la superación humana, para los que trabajamos en procesos de liberación individual y social, de desarrollo espiritual, de búsqueda de una fé más adulta, es muy desmotivante descubrir que nuestra Iglesia, con su organización jerárquica, es hoy una institución inepta para favorecer el desarrollo integral de sus integrantes, y muy especialmente de los que integran los cuadros jerárquicos.



Para enumerar algunos de estos factores, sin por supuesto pretender agotarlos, quisiera mencionar que lejos de ser el ideal planteado por Concilio Vaticano II, es decir, lejos de ser una Iglesia Comunión, vemos que es una organización que organiza las relaciones grupales al servicio de la sumisión, es decir, que está diseñada para señorear a los hombres, reduciendo a los individuos a instrumentos, que pone todo el énfasis en la persona del jefe, ya que es la única persona plenamente tal porque es la única no instrumentalizada que puede mostrarse autónoma, con iniciativa, creatividad, responsabilidad y libertad, y que al reducir lo más posible todas las relaciones a sumisión, ignora profundamente, de hecho, lo que son las relaciones interpersonales plenas, ignora y tiene que ignorar la complejidad y riqueza de lo que son las relaciones de individuos libres y autónomos con valores personales libremente construidos y queridos, ignora lo que es la complejidad y riqueza de la comunicación entre personas, cuando no se instrumentalizan unas a otras, ignora las potencialidades de lo que podría ser el trabajo en equipo, una conjunción de iniciativas, responsabilidades y creatividad múltiple, en la que nadie anula a nadie y donde todos potencian a todos.



Una organización así jerarquizada es un enorme despilfarro de lo que son las posibilidades de una asociación libre de personas no instrumentalizadas. Es una organización casi inhumana porque impone, en una medida u otra, el menosprecio de la calidad de las personas y a través de la indoctrinación, lleva a la persona a que se sometan a una interpretación, hecha y dada, que no debe alterar, debe creer esa interpretación y por la creencia se somete. Aquí reside la raíz de toda la estructura de la dominación. Quien se somete a una interpretación, adopta y se somete con ello al sistema de vida, a los fines y valores que esa interpretación implica. Quien somete su mente y su valoración, somete también sus sentidos y su acción. La indoctrinación somete de tal forma a las personas que las estructura, entonces el individuo entiende lo que tiene que entender según lo que la creencia le impone, ve y siente lo que la autoridad quiere que vea y sienta, ama lo que debe amar y actúa según el criterio del poder, perdiendo así su libertad y su autenticidad y degradándose por tanto como persona.



Pero lo más incongruente con la finalidad de una estructura religiosa, es que la sociedad jerárquica impone al proceso religioso una serie de obstáculos. La relación jerárquica instrumentaliza a los individuos e impide realizar el proceso interior. Las sociedades autoritarias son sociedades no de gentes en proceso de desarrollo sino de creyentes, y esa sociedad se transforma en una sociedad para afianzar, sostener y propagar creencias y vivir según ellas, pero con esa transformación estas sociedades se alejan de lo que era la pretensión de los auténticos maestros religiosos dejando de ser lo que debieran ser. No se puede someter el proceso interior de las personas y pretender luego que ese proceso sea auténtico.



Para una sociedad jerarquiza y por tanto autoritaria, la sumisión es el criterio por el que se discierne lo que es correcto y valioso. La sociedad religiosa, por el contrario, debe mantener a sus miembros en la más completa voluntariedad y libertad. El camino religioso es un proceso interior de crecimiento tal que no puede ser más que total y plenamente voluntario y lleno de iniciativa y creatividad. Es un camino tan plenamente personal, libre e interior, que no cabe en él sumisión alguna.



Una organización religiosa tendrá que estar diseñada para servir al DESARROLLO PLENO DE LAS PERSONAS CON TODAS SUS CARACTERÍSTICAS PROPIAS, EXCLUIVAS E INDELEGABLES. Es cierto que las sociedades religiosas han funcionado durante miles de años con estructuras jerárquicas, y es que eran tiempos de sociedades agrario-autoritarias por lo que las cosas no podían concebirse de otra manera. Y como la organización no podía funcionar más que en forma autoritaria, se tuvo la tendencia a olvidar que el crecimiento religioso es un PROCESO y, con ello, se hizo de la religión no un proceso sino un sistema de sumisión a creencias, comportamientos, rituales y jerarquías. Así se hizo de la religión el más útil y eficaz procedimiento de legitimación del poder.

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